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Recuerdo una anécdota un día comprando en una vinatería. Estaba buscando unos vinos concretos para un curso de cata y, después de encontrarlos y curiosear por los estantes, acabé comprando un decantador pequeño. Estando en la cola para pagar, un señor que estaba delante de mí  me miró, sonrió  y me dijo: “también el continente es importante”. No tuve duda de que se refería al decantador.
 
Y es que en una buena copa el vino sabe mejor. Es más, si no es en una determinada copa, ciertos vinos no logran dar su verdadera expresión. No se trata de una cuestión de glamour ni de afectación, tampoco de afectación e impostura, es una simple cuestión de física y aun me atrevería decir que de química. Las formas y materiales de que están hechas las copas para determinados vinos y licores no son en absoluto casuales y gratuitos. Son fruto de la experimentación y de la experiencia, que ha ido aunando con el tiempo el contenido y el continente.
 
Tampoco hay que hacer de vidrios y copas un alarde de menaje y cristalería. Tampoco resulta necesario tener en casa una copa para cada tipo de  vino. Os diré que es lo que realmente se necesita para poder resolver, con pocos medios, las exigencias básicas para poder beber cualquier tipo de vino.  Sin duda hay que disponer de copas de cristal transparente para poder ver bien el color del vino y que el cristal sea bueno –tampoco es imprescindible que sea de Bohemia-. ¿Cómo sabemos si es bueno? Sin que sirva para aplicarlo a otros lugares y superficies, basta con un pellizco. Si al pellizcar el borde de la copa con las uñas hacia arriba suena un “clic”, largo y sonoro,  estamos entonces ante una copa de buen cristal.

Imagen: Yolanda Hidalgo Sánchez

La segunda cuestión a tener en cuenta es la forma de la copa y atender a su nominación. Os preguntaréis por qué las copas toman  el nombre de variedades de uvas o de las zonas de vitivinícolas. Y es que cada tipo de vino tiene una copa. Tenemos, por ejemplo,  la copa tipo Burdeos que es grande, ancha y nos permite mover el vino para oxigenarlo, o la copa jerezana tipo catavino pero más estrecha y pequeña. Estos dos modelos resultan imprescindibles para poder apreciar y beber adecuadamente uno y otro tipo de vino.

De manera general, debemos fijarnos también en que la parte de arriba de la copa sea más cerrada que la parte de abajo, para que cuando movamos el vino los aromas se concentren en la parte de superior y podamos apreciarlos mejor.
 
Para completar el ajuar no hace falta añadir muchos más tipos de copas en casa ni demasiadas unidades de cada uno de ellos. Es aconsejable, siempre y cuando uno sea un tanto esquivo y no acostumbre a invitar a gente a su casa, el disponer como mínimo seis copas grandes tipo Burdeos o Borgoña que sirven tanto para blanco como para tinto, y otras seis copas de champagne para las grandes ocasiones, además de los citados catavinos que sirven para distintos olorosos que van desde el Jerez al Oporto.
 
Recuerdo que cuando era pequeña, veía en las bodas unas copas anchas tipo Martini para el cava o champagne. Seguro que alguno de vosotros las seguís viendo en casa de vuestros padres. Cuando digo copa de champagne me refiero a las copas aflautadas y alargadas donde el desprendimiento de burbuja se ve mejor y se aprecian mejor los aromas. Las copas de boca ancha mejor usarlas para cócteles diversos o para un vermut con unas aceitunas. ¡Delicioso!
 
Perdonad si los enólogos somos en este tema un tanto “maniáticos”. No sólo es cuestión de disfrutar de los aromas y sabores en las mejores condiciones, en nuestro caso las copas son  una herramienta de trabajo.
 
             Yolanda Hidalgo
(Ydalgo Asesoría Enológica)

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