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Un ex jefe mío siempre me decía que “hay ferias donde uno tiene que estar sí o sí”; y Fenavin es, sin duda, una de ellas. Es bianual y  reúne a todo el sector nacional del vino en Ciudad Real.
 
Tendréis curiosidad por saber qué se hace en este tipo de ferias dedicadas al vino. Algunos pensaréis que estamos todo el día de parranda y catando vinos de un stand a otro. Bueno, algo de esto también hay, pero estos eventos/saraos tienen mucho trabajo, tanto previo como en los días en los que se realiza. Semanas antes de que tenga lugar una feria de este tipo, hay que organizar bien la agenda de visitas con importadores, distribuidores, vinaterías, restaurantes, etc.; con todos los que, de una manera o de otra, se encargan de que los vinos lleguen al consumidor final. A la feria tiene que irse con la agenda más bien completa, aunque siempre surjan nuevos contactos imprevistos, que es precisamente de lo que se trata. Resulta imprescindible manejarse bien con el inglés, ya que muchos de los visitantes interesados en nuestro producto probablemente sean de fuera y ya os podéis imaginar lo que significa para una bodega la exportación.

 

 
 
Cuando uno llega, lo primero que tiene que hacer es recoger la acreditación, hay de varios tipos: de expositor, de profesional del sector, comunicación, importador o visitante. Todos vamos con nuestra identificación que lleva un lector de barras, para que, lógicamente, podamos identificarnos fácilmente con la gente que nos cruzamos y de pié a  entablar algún tipo de contacto y de comunicación, que es a lo que se va. Así que nunca he entendido a aquellos que, por un absurdo afán de mantenerse en el anonimato, le dan la vuelta, dejando ver el pequeño plano que aparece por detrás que sirve para guiarse en el laberinto de puestos y stands en los que se convierte una feria de estas dimensiones.
 
Son días muy intensos de trabajo donde uno acaba física y mentalmente agotado, pero también contento por lo que supone de reencuentro con amigos y compañeros del sector que hace mucho tiempo que no ves, además de los nuevos contactos que uno logra hacer en esos días.

                 

 
 
 



Cada bodega dispone de un espacio o stand para poder recibir y atender a la gente. Llama mucho la atención el estilo que cada uno confiere a ese rincón que le adjudican. Los hay enormes, con una decoración super clásica de muebles de madera, maceteros con cepas que tratan de reproducir antes que una bodega la recepción de un gran hotel de cuatro estrellas. Otros, sin embargo, resultan mucho más modestos, que en su pequeñez logran un estilo elegante y sencillo. Es precisamente en estos últimos en los que siempre te encuentras, inesperadamente, verdaderas joyas de vinos. Este año han estado presentes un total de 1361 bodegas, imaginaos la gran cantidad de referencias de vino que pueden llegar a concentrarse. Lógicamente, resulta imposible poder ver todas estas marcas en tres días, por mucha rapidez e intensidad que uno quiera dar a sus jornadas maratonianas. Es por ello, para agilizar la tarea de conocimiento previo y directo de los principales vinos que se presentan, por lo que en la primera planta de Fenavin se sitúa la llamada “Galería del vino”, en donde puedes catar, evitándote los desplazamientos y peregrinaciones entre las calles de la feria, la gran mayoría de los vinos que se exponen. Aunque no todas las bodegas están presentes en esa galería –siempre las hay que se consideran demasiado selectas para compartir el mismo espacio que sus competidoras-, resulta muy cómodo poder catar allí los vinos sin tener que soportar la atenta y escrutadora mirada del personal de la bodega en cuestión, que es lo que ocurre cuando la cata la haces en sus respectivos stands.
 
Quien haya visitado esta feria, habrá podido encontrarse, al final del llamado pabellón Ganímedes, cerca de la salida de emergencias, un lugar formado por trece barricas dispuestas en un espacio diáfano, todas ellas rodeadas de gente y vino,  los denominados “Inkordia Wine”. Trece bodegueros independientes de diferentes zonas de España que elaboran vinos ecológicos, unos vinos que suponen un auténtico compromiso con la tierra y no una simple moda, como piensan algunos, de los que tratan de aprovechar el plus de lo medioambiental.  Evidentemente, no eran los únicos vinos ecológicos que uno podía ver en Fenavín, pero me gustó el nexo y denominador común que une a todas y cada una de las bodegas allí representadas: empresas pequeñas, rebeldes, con estilo personal, formadas por bodegueros emprendedores que han decidido romper los moldes de lo convencional. Me gustó también la idea de estar alrededor de una barrica como si estuviéramos en una mesa redonda, librándonos de las barreras físicas de los stand, en donde los representantes de los expositores marcan las distancias, ellos, vendiendo, y tú delante, midiendo. Aquí todos estábamos con todos, mezclados, en un aparente caos y confusión, pero realmente manteníamos un orden y equilibrio superior, como ocurre en la propia naturaleza. Disfruté inmensamente catando los vinos de las trece  bodegas y respirando el buen ambiente –en su sentido más ecológico- que se respiraba. Coincidió, mientras estábamos en ese rincón inesperado, con la hora de la charla de Joan Gómez Pallarés, uniéndonos los presentes en una coincidente escapada para verlo. Me encantó, gracias Joan.

                                  


                            

Para terminar y así enlazar el tema de la feria con el de los vinos ecológicos. Os preguntaréis qué es lo que hace diferente un vino convencional de un vino ecológico. Pues bien, se trata de algo muy similar al resto de productos ecológicos que podemos encontrar en el mercado y puede servir el caso mismo de los tomates. Unos tomates comprados en una gran superficie, todos iguales en tamaño, con brillo y del mismo color y, por otro lado, los tomates de toda la vida, los de la huerta de nuestros abuelos, unos grandes, otros pequeños, de diversas formas y de aspecto nada regular, más bien feos. No es necesario decir cuáles son los más ricos, sobre todo si se comen sin demasiados aderezos y artificios, sólo con un poquito de sal y aceite, no hace falta nada más. Pero no es sólo el sabor. Como dijo Joan Gómez Pallarés en su charla: “es más puro y más autentico lo menos adulterado”.
Todos los “Inkordios” llevaban puesta una camiseta que dejaba ver por detrás sus nombres, una camiseta que inicialmente fue hecha para la feria y  se podía comprar, el dinero recaudado iba destinado a  la Campaña solidaria “Burbujas para Héctor”             
                     

 Un gesto muy bonito, al que había lógicamente que unirse.

         Yolanda Hidalgo
(Ydalgo Asesoría Enológica)

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